¡Hola mundo! Ahora me encantan los domingos porque es el día que vengo a contaros cositas y recibo muchos comentarios vuestros, eso me pone muy contenta.
Hoy voy a contaros como llegué a la vida de Ana
Yo conocí a Ana el 26 de febrero del año 2013, ella llegó a la residencia de Fundación Once del perro-guía, donde yo vivía y donde estaba entrenando, y ese día, Cristina mi instructora, me llevó a su habitación. Nos saludamos bien, y Ana me dijo que yo era muy bonita, muy suavita y pequeña.
Cristina le dio mi correa a Ana que dejó que oliese y conociese toda la habitación, pero de pronto, ¡sorpresa! Cristina se fue y me quedé sola en la habitación con quien desde entonces sería mi nueva compañera, pero que en ese momento no nos conocíamos de nada. Me quedé un poco sorprendida y no estaba del todo contenta, la verdad. Ana me dio alguna bolita de pienso para que lo llevase mejor y la viese como una buena persona, y no forzó el contacto entre nosotras, me dijo que sabía que yo no la quería, y que estaba pasando un mal rato, pero que íbamos a conseguir querernos mutuamente. Fue verdad, a día de hoy nos queremos mucho, pero nos llevó nuestro tiempo, por parte de las dos.
Pasamos en aquél sitio algo más de dos semanas trabajando juntas, y siempre que veía a cristina me ponía súper contenta, pero, aunque me saludaba, ya nunca me llevaba con ella y siempre me dejaba con Ana, aunque yo pusiera cara de pena.
La verdad es que hay que decir que desde el principio nos entendimos muy bien, fue muy fácil trabajar juntas, yo lo hacía muy bien, y Ana, al ser la segunda vez que trabajaba con perro-guía no tenía miedo, y entendía donde me iba a equivocar y que lo solucionaríamos. Nos respetamos siempre mucho las dos, sobre todo en cuanto a espacio, yo soy muy cariñosa pero no pegajosa, no me gusta que cualquiera me sujete, intente abrazarme o se siente junto a mi en mi lugar de descanso, por suerte para mí, Ana lo respetó. Un día vino un señor a hacernos fotos, se necesitan para el carné que luego me acreditará como perro-guía, y les gusta hacernos una foto pidiendo al humano que se agache junto a nosotros en actitud cariñosa, cuando Ana se agachó junto a mi y le pidieron que me abrazara, ella pasó la mano por delante de mi pecho y yo le puse una mano en su antebrazo, gesto que todo el mundo entendió como súper tierno, pero que en realidad quería decir que le permitía acercarse solo hasta ahí, por suerte nadie insistió en que me abrazara más.
El curso terminó y nos fuimos a la que desde entonces sería mi casa, en Sevilla, a 600km de donde siempre había vivido.
Cuando llegamos a casa apareció Jose, un chico que nunca había visto antes y que resultó que vivía en casa con Ana. Llegó con una perra como yo, pero de color negro llamada Xona, a la que Ana hizo miles de fiestas, besos y abrazos y Xona estaba súper contenta. Nos saludamos todos y fuimos a dar un mini paseo y oler arbolitos Xona y yo juntas.
Xona resultó ser la perra-guía de Ana antes de mi llegada, pero que ya estaba jubilada. He escuchado a veces por la calle que la gente dice a Ana que, si no les cambian de perro, como de chaqueta jaja, eso suena un poco cruel así que os cuento como funciona.
Xona se jubiló con 10 años, estaba cansada y Ana cuenta que empezó a notar que se desconcentraba en su trabajo, así que, entre Cristina, que también Xona tuvo a Cristina de instructora, y Ana pues decidieron que era buen momento para la jubilación, y que así Xona todavía tendría muchísimo tiempo para disfrutar de la vida estando sana, que no hay que esperar a que enfermemos para darnos la jubilación.
Tras la jubilación Xona siguió viviendo en casa como siempre, con su familia de siempre, y lejos de lo que podáis pensar no echó de menos ir a trabajar, se quedaba feliz en casa descansando. Me dicen que fue una jubilación un poco gradual, que Xona por ejemplo trabajaba un rato los sábados y así poco a poco hasta que nunca más se puso el arnés. Así cuando llegué yo y Ana me colocó el arnés para ir a trabajar Xona no hizo ningún intento de querer ser ella quien trabajase, ya llevaba más de un año sin ponerse el arnés de trabajo, y quedándose en casa tras los paseos.
Al principio Xona y yo jugábamos bastante, aunque entre Ana y Xona había una unión tan fuerte que al principio si interfería en nuestro juego ya no era guay, ellas se entendían de tal forma que yo no podía entrar. Pero esto fue cambiando, Ana cuando salíamos a pasear nos llevaba a las dos juntas a veces y otras veces separadas, para que aprendiésemos que todos somos de la familia, del mismo equipo y que nadie se quedaba atrás. La presencia de Xona en parte facilitó mi adaptación, pero así y todo no fue fácil, yo excepto el rato de jugar con Xona, que se cansaba pronto porque era mayor, no me movía prácticamente de mi colchoneta para nada, todo el mundo decía que es porque yo soy súper buena y súper independiente, pero yo creo que es porque estaba un poco triste.
Con el tiempo empecé a olfatear en los paseos sin arnés como hacía Xona, a consentir que Ana se tirase al suelo conmigo sin que me fuese incómodo, los cepillados, mi carácter fue cambiando, tanto que ahora Ana a veces me dice que no tengo que seguirla a todas partes, que no se escapará jaja, pero es divertido.
Juego mucho, a veces doy lata si no me hacen caso, soy un perro feliz, y muy perro cuando puedo serlo, y muy formal cuando me toca trabajar.
La semana que viene os cuento más cositas, me gustaría saber que os interesa conocer para hablaros de ello, mientras os describiré mi día a día.